18 dic 2012

Mitos fundamentales sobre la curación

          Existen mitos fundamentales sobre la curación, que consumen la energía mental y emocional de una per­sona hasta el punto de impedirle sanar. Cada uno de esos mitos sirve para apoyar la actitud de la heridalogía, que de­bilita al cuerpo en lugar de sanarlo. Esas creencias son tan fuertes que, en ocasiones, superan a nuestras creencias optimistas sobre la posibilidad de curarnos. Ello se debe a que las creencias basadas en la esperanza y el optimis­mo se refieren al futuro, a posibilidades, mientras que la enfermedad es una realidad y los mitos que la sustentan hablan en tiempo presente. La curación es intangible, pero sentimos y vemos nuestra enfermedad.

El medio más eficaz de destruir el poder de un mito es reconocer que se cree en él, y que por mucho que se com­parta esa creencia con otras personas, no por ello deja de ser una creencia para convertirse en un hecho. A continuación, hay que hacer un esfuerzo consciente para librarse de su in­flujo. Cuando lea las descripciones de estos mitos, pre­gúntese: « ¿Creo en él?» Si la respuesta es afirmativa, existe la forma —por medio de la oración y otros ritos— de apartarlo de su mente. Ningún mito permite que la psi­que se libere de él sin plantar batalla, pero si usted tiene realmente la intención de sanar debe librar esa batalla y, a continuación, desarrollar unos esquemas mentales desti­nados a suplantar esos mitos y a potenciar su salud.
EL PRIMER MITO: MI VIDA ESTÁ DEFINIDA POR MI HERIDA
Es prácticamente imposible no estar influido por un pa­sado de heridas emocionales o psíquicas. Tanto literal como simbólicamente, las heridas impregnan nuestra sangre y nuestro cuerpo. Nuestra biografía es en buena parte bio­logía. Las heridas son como unos canales que desvían agua y espíritu del río de nuestra vida. Cuantas más heridas te­nemos, mayor es el esfuerzo que debemos hacer para re­cuperar nuestra energía, frenar la pérdida energética y afa­narnos en sanar. Independientemente del número y la profundidad de esos canales, para curarnos debemos recu­perar nuestra fuerza vital.
Muchas personas están convencidas de que sus vidas no son sino una compilación de heridas psíquicas que ellos mismos no pueden sanar. Cuando se les dice que pueden li­brarse de sus heridas, la mayoría responde: —Usted no lo comprende. No he vuelto a ser la mis­ma persona desde esa experiencia. ¿Cómo puedo cambiar eso ahora?
Después de pasar por una experiencia traumática o trágica, esas personas tienden a contemplar cada nueva experiencia a través de la lente de la herida que padecen. Proyectan su experiencia anterior sobre todo cuando for­ma parte de su vida actual. Inician toda relación sospe­chando que será igual que la anterior. Incluso advierten a la persona con la que entablan una relación que jamás po­drán confiar en él n ella plenamente debido a su expe­riencia pasada. Y describen su vida como una serie de de­sastres personales y profesionales que no pueden tener fin porque su pasado herido les ha arrebatado toda opor­tunidad de ser felices.
Aunque este estado anímico es triste, limitador y de­rrotista, algunas personas derivan un gran poder de su continuidad porque les autoriza a llevar una vida de nu­las expectativas y escasa responsabilidad. Les permite apo­yarse en otros, explotando sus sentimientos de culpabili­dad para seguir beneficiándose de esa ayuda. Se expresan con tristeza o amargura sobre las metas creativas que ja­más lograrán alcanzar debido a su historial de traumas fí­sicos o emocionales. Buscan un sistema de apoyo que les conceda un espacio social en el que se sientan cómodos, donde puedan desarrollar libremente su heridalogía sin que les critiquen por ello. Dado que no se espera nada de una personalidad herida, no pueden fracasar.
Con el paso de los años, a medida que esas personas se acostumbran a este poder y a esta autoprotección, cada vez les cuesta más cambiar. A medida que nos hacemos ma­yores, nos resulta muy difícil abandonar nuestras heridas y modificar nuestros criterios. Pero lo cierto es que el he­cho de conceder tanta importancia a sus heridas puede dañar su psique tanto como las mismas heridas. El recrear­se en una herida equivale a herirnos a nosotros mismos, constituye una auto flagelación, mantiene nuestra con­ciencia siempre centrada en la debilidad y nunca en la re­cuperación. Además, una psique convencida de su vulnerabilidad emocional y psicológica sólo puede producir un cuerpo físico que refleje esa condición. Si la fuerza y la in­dependencia le producen temor, le resultará muy difícil conservar o recuperar la salud.
EL SEGUNDO MITO: ESTAR SANO SIGNIFICA ESTAR SOLO
Con frecuencia se dice que para recobrar la salud es preciso «aprender a valerse por uno mismo», es decir, cui­dar de uno mismo, ser independiente. Para algunas per­sonas psíquicamente heridas, recobrar la salud y alcanzar la independencia significa soledad y vulnerabilidad. Para muchos, este temor a una independencia heroica —y, por ende, soledad— constituye la raíz de su incapacidad para curarse. Por otra parte, creen que una vez se hayan curado estarán siempre sanos, y que, con la recuperación de la salud, se evaporará la necesidad de apoyo emocional y psicológico. Esta es otra variante del mito arcaico de que una vez que alcancemos la Tierra Prometida, habremos llegado al término de nuestro viaje. Pero las personas que se están curando o que están curadas necesitan la compa­ñía y la amistad de oírlos al igual que el resto del mundo. Creamos salud todos los días y en todo momento, y de­bernos ser conscientes de ello. Al igual que la iluminación no es un estado permanente tan sólo al alcance de super­hombres espirituales, la salud no se consigue fuera de una comunidad, sino que requiere un vínculo consciente en­tre la mente, el cuerpo y el espíritu; un vínculo entre el in­dividuo, las demás personas y el universo.
Sanar, al igual que la espiritualidad, es un proceso continuo, tal como indican numerosas historias de la tra­dición oriental. En una historia relatada por Jack Korn-field, psicólogo y profesor de Meditación Perceptiva, un monje asciende por una montaña decidido a hallar la ilu­minación o morir. Durante el camino, se encuentra con un viejo sabio que porta un enorme fardo y le pregunta si ha oído hablar de la iluminación. El anciano, que es Bodhisattva el Sabio, deposita el fardo en el suelo. En aquel instante el monje alcanza la iluminación.
— ¿Es así de sencillo? —Pregunta—. ¿Basta con de­jarlo todo y no aferrarse a nada? —El monje mira al an­ciano y añade—: ¿Y ahora qué?
El anciano se agacha, recoge el fardo y echa a andar hacia la aldea. Es decir, después de alcanzar la iluminación nos aguardan los mismos placeres y las mismas tareas. Aun después de curarnos, debemos seguir trabajando para con­servar la salud. La curación es un proceso sin final.
 
Tomado del libro: La medicina de la energía. Caroline Myss
 

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