Existen
mitos fundamentales sobre la curación, que consumen la energía mental y
emocional de una persona hasta el punto de impedirle sanar. Cada uno de esos
mitos sirve para apoyar la actitud de la heridalogía, que debilita al cuerpo
en lugar de sanarlo. Esas creencias son tan fuertes que, en ocasiones, superan
a nuestras creencias optimistas sobre la posibilidad de curarnos. Ello se debe
a que las creencias basadas en la esperanza y el optimismo se refieren al
futuro, a posibilidades, mientras que la enfermedad es una realidad y los mitos
que la sustentan hablan en tiempo presente. La curación es intangible, pero sentimos y vemos nuestra enfermedad.
El
medio más eficaz de destruir el poder de un mito es reconocer que se cree en
él, y que por mucho que se comparta esa creencia con otras personas, no por ello
deja de ser una creencia para convertirse en un hecho. A continuación, hay que
hacer un esfuerzo consciente para librarse de su influjo. Cuando lea las
descripciones de estos mitos, pregúntese: « ¿Creo en él?» Si la
respuesta es afirmativa, existe la forma —por medio de la oración y
otros ritos— de apartarlo de su mente. Ningún mito permite que la psique se
libere de él sin plantar batalla, pero si usted tiene realmente la intención de
sanar debe librar esa batalla y, a continuación, desarrollar unos esquemas
mentales destinados a suplantar esos mitos y a potenciar su salud.
EL
PRIMER MITO: MI VIDA ESTÁ DEFINIDA POR MI HERIDA
Es
prácticamente imposible no estar influido por un pasado de heridas emocionales
o psíquicas. Tanto literal como simbólicamente, las heridas impregnan nuestra
sangre y nuestro cuerpo. Nuestra biografía es en buena parte biología. Las
heridas son como unos canales que desvían agua y espíritu del río de nuestra
vida. Cuantas más heridas tenemos, mayor es el esfuerzo que debemos hacer para
recuperar nuestra energía, frenar la pérdida energética y afanarnos en sanar.
Independientemente del número y la profundidad de esos canales, para curarnos
debemos recuperar nuestra fuerza vital.
Muchas
personas están convencidas de que sus vidas no son sino una compilación de
heridas psíquicas que ellos mismos no pueden sanar. Cuando se les dice que pueden
librarse de sus heridas, la mayoría responde: —Usted
no lo comprende. No he vuelto a ser la misma persona desde esa experiencia.
¿Cómo puedo cambiar eso ahora?
Después
de pasar por una experiencia traumática o trágica, esas personas tienden a
contemplar cada nueva experiencia a través de la lente de la herida que
padecen. Proyectan su experiencia anterior sobre todo cuando forma parte de su
vida actual. Inician toda relación sospechando que será igual que la anterior.
Incluso advierten a la persona con la que entablan una relación que jamás podrán
confiar en él n ella plenamente debido a su experiencia pasada. Y describen su
vida como una serie de desastres personales y profesionales que no pueden
tener fin porque su pasado herido les ha arrebatado toda oportunidad de ser
felices.
Aunque
este estado anímico es triste, limitador y derrotista, algunas personas
derivan un gran poder de su continuidad porque les autoriza a llevar una vida
de nulas expectativas y escasa responsabilidad. Les permite apoyarse en
otros, explotando sus sentimientos de culpabilidad para seguir beneficiándose
de esa ayuda. Se expresan con tristeza o amargura sobre las metas creativas
que jamás lograrán alcanzar debido a su historial de traumas físicos o
emocionales. Buscan un sistema de apoyo que les conceda un espacio social en el
que se sientan cómodos, donde puedan desarrollar libremente su heridalogía sin
que les critiquen por ello. Dado que no se espera nada de una personalidad
herida, no pueden fracasar.
Con
el paso de los años, a medida que esas personas se acostumbran a este poder y
a esta autoprotección, cada vez les cuesta más cambiar. A medida que nos
hacemos mayores, nos resulta muy difícil abandonar nuestras heridas y
modificar nuestros criterios. Pero lo cierto es que el hecho de conceder tanta
importancia a sus heridas puede dañar su psique tanto como las mismas heridas.
El recrearse en una herida equivale a herirnos a nosotros mismos, constituye una auto flagelación,
mantiene nuestra conciencia siempre centrada en la debilidad y nunca en la recuperación.
Además, una psique convencida de su vulnerabilidad emocional y psicológica sólo
puede producir un cuerpo físico que refleje esa condición. Si la fuerza y la independencia
le producen temor, le resultará muy difícil conservar o recuperar la salud.
EL
SEGUNDO MITO: ESTAR SANO SIGNIFICA ESTAR SOLO
Con
frecuencia se dice que para recobrar la salud es preciso «aprender a valerse
por uno mismo», es decir, cuidar de uno mismo, ser independiente. Para algunas
personas psíquicamente heridas, recobrar la salud y alcanzar la independencia
significa soledad y vulnerabilidad. Para muchos, este temor a una independencia
heroica —y, por ende, soledad— constituye la raíz de su incapacidad para
curarse. Por otra parte, creen que una vez se hayan curado estarán siempre
sanos, y que, con la recuperación de la salud, se evaporará la necesidad de apoyo
emocional y psicológico. Esta es otra variante del mito arcaico de que una vez
que alcancemos la
Tierra Prometida , habremos llegado al término de nuestro
viaje. Pero las personas que se están curando o que están curadas necesitan la
compañía y la amistad de oírlos al igual que el resto del mundo. Creamos salud
todos los días y en todo momento, y debernos ser conscientes de ello. Al igual
que la iluminación no es un estado permanente tan sólo al alcance de superhombres
espirituales, la salud no se consigue fuera de una comunidad, sino que requiere
un vínculo consciente entre la mente, el cuerpo y el espíritu; un vínculo
entre el individuo, las demás personas y el universo.
Sanar,
al igual que la espiritualidad, es un proceso continuo, tal como indican
numerosas historias de la tradición oriental. En una historia relatada por
Jack Korn-field, psicólogo y profesor de Meditación Perceptiva, un monje
asciende por una montaña decidido a hallar la iluminación o morir. Durante el
camino, se encuentra con un viejo sabio que porta un enorme fardo y le pregunta
si ha oído hablar de la iluminación. El anciano, que es Bodhisattva el Sabio,
deposita el fardo en el suelo. En aquel instante el monje alcanza la
iluminación.
—
¿Es así de sencillo? —Pregunta—. ¿Basta con dejarlo todo y no aferrarse a
nada? —El monje mira al anciano y añade—: ¿Y ahora qué?
El
anciano se agacha, recoge el fardo y echa a andar hacia la aldea. Es decir,
después de alcanzar la iluminación nos aguardan los mismos placeres y las
mismas tareas. Aun después de curarnos, debemos seguir trabajando para conservar
la salud. La curación es un proceso sin final.
Tomado del libro: La medicina de la energía. Caroline Myss
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